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La Muerte y el Desdichado

Un Desdichado llamaba todos los días
en su ayuda a la Muerte. “¡Oh Muerte! exclamaba:
¡cuán agradable me pareces! Ven
pronto y pon fin a mis infortunios.” La Muerte
creyó que le haría un verdadero favor, y acudió
al momento. Llamó a la puerta, entró y se
le presentó. “¿Qué veo? exclamó el Desdichado;
llevaos ese espectro; ¡cuán espantoso
es! Su presencia me aterra y horroriza. ¡No te
acerques, oh Muerte! ¡retírate pronto!”
Mecenas fue hombre de gusto; dijo en
cierto pasaje de sus obras: “Quede cojo,
manco, impotente, gotoso, paralítico; con tal
de que viva, estoy satisfecho. ¡Oh Muerte!
¡no vengas nunca!” Todos decimos lo mismo.

Los Ladrones y el Jumento

Por un Jumento robado de peleaban
dos Ladrones. Mientras llovían puñetazos,
llega un tercer Ladrón y se lleva el Borriquillo.
El Jumento suele ser alguna mísera provincia;
los Ladrones, éste o el otro Príncipe,
como el de Transilvania, el de Hungría o el
Otomano. En lugar de dos, se me han ocurrido
tres: bastantes son ya. Para ninguno de
ellos es la provincia conquistada: viene un
cuarto, que los deja a todos iguales, llevándose
el Borriquillo.

El Lobo y el Cordero

La razón del más fuerte siempre es
la mejor: ahora lo veréis.
Un Corderillo sediento bebía en un arroyuelo.
Llegó en esto un Lobo en ayunas, buscando
pendencias y atraído por el hambre.
“¿Cómo te atreves a enturbiarme el agua?
dijo malhumorado al corderillo. Castigaré tu
temeridad. –No se irrite Vuesa Majestad, contestó
el Cordero; considere que estoy bebiendo
en esta corriente veinte pasos más abajo,
y mal puedo enturbiarle el agua. –Me la enturbias,
gritó el feroz animal; y me consta
que el año pasado hablaste mal de mí. —
¿Cómo había de hablar mal, si no había nacido?
No estoy destetado todavía. –Si no eras
tú, sería tu hermano. –No tengo hermanos,
señor. –Pues sería alguno de los tuyos, porque
me tenéis mala voluntad a todos vosotros,
vuestros pastores y vuestros perros. Lo
sé de buena tinta, y tengo que vengarme.”
Dicho esto, el Lobo me lo coge, me lo lleva al
fondo de sus bosques y me lo come, sin más
auto ni proceso.

El Ratón de Ciudad y el de Campo

Cierto día un Ratón de la ciudad
convidó a comer muy cortésmente a un
Ratón del campo. Servido estaba el banquete
sobre un rico tapiz: figúrese el lector si lo
pasarían bien los dos amigachos.
La comida fue excelente: nada faltaba. Pero
tuvo mal fin la fiesta. Oyeron ruido los comensales
a la puerta: el Ratón ciudadano
echó a correr; el Ratón campesino siguió tras
él.
Cesó el ruido: volvieron los dos Ratones:
“Acabemos, dijo el de la ciudad. -¡Basta ya!
replicó el del campo. ¡Buen provecho te
hagan tus regios festines! no los envidio. Mi
pobre pitanza la engullo sosegado; sin que
nadie me inquiete. ¡Adiós, pues! Placeres con
zozobra poco valen.”