Category Archives: Hermanos Grimm

Del Ratoncillo, el Pajarito y la Salchicha

Érase una vez un ratoncito, un pajarito y una
salchicha que habían formado sociedad y un
hogar y llevaban mucho tiempo viviendo muy
bien y maravillosamente en paz y sus bienes
habían aumentado admirablemente. El trabajo
del pajarito consistía en volar todos los días al
bosque y llevar leña a casa. El ratón tenía que
llevar el agua, encender el fuego y poner la
mesa, y la salchicha tenía que cocinar.
¡Pero al que bien le va siempre le apetece
hacer cosas nuevas! Y un día el pajarito se
encontró por el camino con otro pájaro y le
contó, elogiándola mucho, la maravillosa vida
que llevaba. El otro pájaro, sin embargo, le dijo
que era un desgraciado que hacía el peor trabajo
mientras los otros dos se pasaban el día muy a
gusto en su casa. Que cuando el ratón había
encendido su fuego y llevado el agua se metía
en su cuartito a descansar hasta que le decían
que pusiera la mesa. Y que la salchichita se
quedaba junto a la olla mirando cómo se hacía
la comida y que cuando se acercaba la hora de
comer no tenía más que pasarse un poco por el
puré o por la verdura y ya estaba todo
engrasado, salado y preparado. Y que cuando el
pajarito llegaba finalmente a casa y dejaba su
carga ellos no tenían más que sentarse a la mesa
y después de cenar dormían a pierna suelta
hasta la mañana siguiente, y que eso sí que era
pegarse una buena vida.
Al día siguiente el pajarito, instigado por el
otro, se negó a volver al bosque diciendo que ya
había hecho bastante de criado y ya le habían
tomado bastante por tonto y que ahora tenían
que cambiarse y probar de otra manera. Y por
mucho que el ratón se lo rogó, y también la
salchicha, el pájaro se salió con la suya, y se lo
echaron a suertes, y a la salchicha le tocó llevar
la leña, al ratón hacer de cocinero y al pájaro ir
a por agua.
¿Y qué pasó? Pues la salchichita se marchó a
por leña, el pajarito encendió el fuego y el ratón
puso la olla, y los dos se quedaron solos
esperando que volviera a casa la salchichita con
la leña para el día siguiente. Pero la salchichita
llevaba ya tanto tiempo fuera que los dos se
temieron que no había ocurrido nada bueno y el
pajarito voló un trecho en su busca. No muy
lejos, sin embargo, se encontró con un perro en
el camino que había tomado por una presa a la
pobre salchichita, la había atrapado y la había
matado. El pajarito protestó mucho y acusó al
perro de haber cometido un crimen manifiesto,
pero no hubo palabras que le valieran, pues el
perro dijo que le había encontrado cartas falsas
a la salchicha y que por eso había sido víctima
de él.
El pajarito, muy triste, recogió la madera y
se fue a casa y contó lo que había visto y oído’.
Estaban muy afligidos, pero decidieron poner
toda su buena voluntad y permanecer juntos.
Por eso el pajarito puso la mesa, y el ratón hizo
los preparativos para la comida y se puso a
hacerla e igual que había hecho antes la
salchichita se metió en la olla y se puso a
remover la verdura y a escurrirse entre ella para
darle sabor; pero antes de llegar a la mitad tuvo
que pararse y dejar allí el pellejo y con ello la
vida.
Cuando el pajarito fue y quiso servir la
comida allí no había ya ningún cocinero. El
pajarito, desconcertado, tiró la leña por todas
partes y lo buscó y lo llamó, pero no pudo
encontrar a su cocinero. Por descuido el fuego
llegó hasta la leña y provocó un incendio; el
pajarito salió rápidamente a buscar agua, pero
entonces se le cayó el cubo al pozo y él se fue
detrás y ya no pudo recuperarse y se ahogó.

El Piojito y la Pulguita

Un piojito y una pulguita vivían juntos en el
mismo hogar y estaban fabricando cerveza en
una cáscara de huevo. El piojito entonces cayó
dentro y se abrasó. La pulguita al verlo se puso
a gritar. La pequeña puerta del cuarto dijo
entonces:
-¿Por qué gritas, pulguita?
-Porque el piojito se ha abrasado.
La puertecita se puso a chirriar. Habló
entonces una escobita que había en un rincón:
-¿Por qué chirrías, puertecita?
-¿Cómo no voy a chirriar si el piojito se ha
abrasado y la pulguita está llorando?
Así, la pequeña escoba se puso a barrer
terriblemente. Pasó entonces por allí un carrito
y dijo:
-¿Por qué barres, escobita?
-¿Cómo no voy a barrer si el piojito se ha
abrasado, la pulguita está llorando y la
puertecita chirriando?
El carrito dijo entonces que iba a correr
terriblemente, y se puso a correr terriblemente.
Pasó corriendo junto al montoncito de estiércol
y éste dijo:
-¿Por qué corres, carrito?
-¿Cómo no voy a correr si el piojito se ha
abrasado, la pulguita está llorando, la puertecita
chirriando y la escobita barriendo?
El montoncito de estiércol dijo entonces que
iba a empezar a arder, y se puso a arder terriblemente.
Había allí un arbolito que le dijo:
Montoncito de estiércol, ¿por qué ardes?
-¿Cómo no voy a arder si el piojito se ha
abrasado, la pulguita está llorando, la puertecita
chirriando, la escobita barriendo y el carrito
corriendo?
Entonces el arbolito dijo que se iba a sacudir,
y se sacudió y perdió todas sus hojas. Aquello
lo vio una muchachita que llevaba un cantarito
y dijo:
-Arbolito, ¿por qué te sacudes?
-¿Cómo no me voy a sacudir si el piojito se
ha abrasado, la pulguita está llorando, la
puertecita chirriando, la escobita barriendo, el
carrito corriendo y el montoncito de estiércol
ardiendo? Luego la muchachita dijo que iba a
hacer pedasos su cantarito e hizo pedazos su
cantarito.
-Muchachita, ¿por qué haces pedazos tu
cantarito? -dijo entonces la fuentecita.
-¿Cómo no voy a hacer pedazos mi cantarito
si el piojito se ha abrasado, la pulguita está
llorando, la puertecita chirriando, la escobita
barriendo, el carrito corriendo, el montoncito de
estiércol ardiendo y el arbolito sacudiéndose?
-Ay -dijo la fuentecita-, pues entonces yo me
voy a desaguar.
Y se puso a desaguarse tan terriblemente que
se ahogaron todos: la muchachita, el arbolito, el
montoncito de estiércol, el carrito, la escobita,
la pulguita y el piojito.

La Alondra Cantarina y Saltarina

Erase una vez un hombre que tenía proyectado
un gran viaje, y al despedirse les preguntó
a sus tres hijas qué querían que les trajera.
La mayor quiso perlas, la segunda
diamantes, pero la tercera dijo:
-Querido padre, yo quiero una alondra
cantarina y saltarina.
-Sí, si la puedo conseguir la tendrás -dijo el
padre, y besó a las tres y se marchó.
Cuando le llegó el momento de regresar de
nuevo a casa tenía las perlas y los diamantes
para las dos mayores, pero la alondra cantarina
y saltarina para la más pequeña la había
buscado en vano por todas partes, y eso le daba
mucha pena, pues en realidad era su hija
favorita.
Su camino le llevó entonces por un bosque, y
en mitad de él había un magnífico palacio, y
cerca del palacio había un árbol, y arriba del
todo, en la copa del árbol, vio una alondra que
cantaba y saltaba.
-¡Vaya, me vienes que ni pintada! -exclamó.
Se puso muy contento y llamó a su criado y
le mandó que se subiera al árbol y atrapara al
animalito. Pero en cuanto éste se acercó al árbol
saltó de él un león y se sacudió y pegó tal
rugido que temblaron todas las hojas de los
árboles.
-¡Al que pretenda robarme mi alondra
cantarina y saltarina me lo como!
Entonces dijo el hombre:
-No sabía que el pájaro te pertenecía. ¿No
me lo podrías vender?
-¡No! -dijo el león-. No hay nada que te
pueda salvar, a no ser que me prometas darme
lo primero que te encuentres al llegar a casa. Si
lo haces, te perdonaré la vida y además te daré
el pájaro para tu hija.
El hombre, sin embargo, no quería y dijo:
-Podría ser mi hija pequeña, que es la que
más me quiere y siempre sale corriendo a mi
encuentro cuando vuelvo a casa.
Pero al criado le entró miedo y dijo:
-¡También podría ser un gato o un perro!
El hombre entonces se dejó convencer, cogió
con el corazón muy triste la alondra cantarina y
saltarina y le prometió al león que le daría lo
primero con lo que se encontrara en casa.
Y cuando entró en su casa lo primero que se
encontró no fue sino a su hija menor y más
querida, que vino corriendo y le besó y le
abrazó, y cuando vio que había traído una
alondra cantarina y saltarina se alegró todavía
más.
El padre, sin embargo, no pudo alegrarse,
sino que se echó a llorar y dijo:
-¡Ay, qué dolor, mi querida niña! ¡El
pequeño pájaro bien caro lo he comprado, pues
por él he tenido que prometer que te daría a un
león salvaje, y cuando te tenga te hará pedazos
y te comerá!
Y entonces le contó todo lo que había
ocurrido y le suplicó que no fuera, pasara lo que
pasara. Pero ella le consoló y le dijo:
-Queridísimo padre, si lo habéis prometido
tenéis que cumplir vuestra palabra; iré y ya
apaciguaré yo al león para poder volver sana y
salva a casa con vos.
A la mañana siguiente hizo que le indicaran
el camino y se internó confiada en el bosque. El
león, sin embargo, era un príncipe encantado y
durante el día era un león y con él toda su gente
se convertía en león, pero por la noche todos
recuperaban su figura habitual.
Cuando ella llegó la trató con muchísima
amabilidad y se celebró la boda, y por la noche
él era un hombre muy guapo, y a partir de
entonces velaron por la noche y durmieron
durante el día y vivieron felices juntos durante
una larga temporada.
Una vez llegó él y dijo:
-Mañana hay una fiesta en casa de tu padre
porque se casa tu hermana la mayor; si te
apetece ir te llevarán mis leones.
Ella dijo que sí, que le gustaría volver a ver a
su padre, y se fue allí y los leones la
acompañaron.
Cuando llegó hubo una gran alegría, pues
todos creían que había muerto hacía ya mucho
tiempo despedazada por el león.
Ella, sin embargo, les contó lo bien que le
iba y se quedó con ellos mientras duró la boda;
luego regresó de nuevo al bosque.
Cuando la segunda hija se casó y a ella la
invitaron de nuevo a la boda le dijo al león:
-Esta vez no quiero estar sola; tienes que
venirte conmigo.
El león, sin embargo, no quiso y le dijo que
eso era demasiado peligroso para él, pues si le
daba allí el rayo de alguna luz se transformaría
en una paloma y tendría que volar durante siete
años con las palomas. Pero ella no le dejó en
paz y le dijo que ya cuidaría de él y le protegería
de cualquier luz.
Así que se fueron los dos juntos y se llevaron
también a su pequeño hijo. Ella, sin embargo,
hizo que levantaran allí, alrededor de un salón,
un muro tan fuerte y tan grueso que no
penetrara ningún rayo, y allí tendría que
quedarse él cuando encendieran las luces de la
boda. Pero la puerta estaba hecha de madera
fresca y saltó y se abrió en ella una pequeña
grieta de la que nadie se dio cuenta.
Entonces se celebró la boda con gran boato,
pero cuando la comitiva salió de la iglesia y
pasó con muchísimas antorchas y velas al lado
del salón un rayo muy, muy fino cayó sobre el
príncipe, y en el mismo momento en que le rozó
se transformó, y cuando ella entró a buscarle no
le vio; allí lo único que había era una paloma
que le dijo:
-Siete años tengo que volar ahora por el
inundo, pero cada siete pasos dejaré caer una
roja gota de sangre y una pluma blanca que te
señalarán el camino, y si me sigues podrás
salvarme.
La paloma entonces salió volando por la
puerta y ella la siguió, y cada siete pasos caía
una gotita de sangre roja y una plumita blanca y
le señalaban el camino. Así, anduvo por el
ancho mundo sin parar y sin mirar atrás y sin
descansar, y ya casi habían pasado los siete
años; entonces se alegró mucho y pensó que ya
estaban salvados, pero aún le faltaba mucho
para eso.
Una vez, según iba andando, ya no cayó
ninguna plumita ni ninguna gotita roja de
sangre, y cuando abrió bien los ojos la paloma
había desaparecido. Y como pensó que ahí los
hombres no podían ayudarla, se subió al sol y le
dijo:
-Tú brillas sobre todas las cumbres y todas
las quebradas, ¿no has visto volar una blanca
palomita?
-No -le contestó el sol-, no he visto ninguna,
pero te regalo una cajita; ábrela cuando estés en
un gran apuro.
Le dio las gracias al sol y siguió adelante
hasta que se hizo de noche y salió la luna;
entonces le preguntó:
-Tú brillas toda la noche sobre todos los
campos y bosques, ¿no has visto volar ninguna
paloma blanca?
-No -dijo la luna-, no he visto ninguna, pero
te regalo un huevo; cáscalo cuando estés en un
gran apuro.
Le dio las gracias a la luna y siguió adelante
hasta que sopló el viento nocturno, y entonces
le preguntó:
-Tú soplas por todos los árboles y por debajo
de todas las hojitas, ¿no has visto volar ninguna
paloma blanca?
-No -dijo el viento nocturno-, no he visto
ninguna, pero les preguntaré a los otros tres
vientos, quizás ellos la hayan visto.
El viento del este y el viento del oeste
vinieron y dijeron que ellos no habían visto
nada, pero el viento del sur dijo:
-La blanca paloma la he visto yo. Se ha ido
volando al mar Rojo y allí se ha convertido de
nuevo en un león, pues ya han pasado los siete
años, y allí está luchando contra un dragón, pero
el dragón es una princesa encantada.
Entonces el viento nocturno le dijo a ella:
-Te voy a dar un consejo: vete al mar Rojo;
en la orilla derecha hay grandes cañas, cuéntalas
y córtate para ti la undécima y golpea con ella al
dragón; así el león podrá vencerlo y ambos
recuperarán también su figura humana. Luego
mira a tu alrededor y verás en la orilla del mar
Rojo al pájaro grifo; móntate en su lomo con tu
amado y el pájaro os cruzará el mar y os llevará
hasta casa. Aquí tienes también una nuez;
cuando estés en mitad del mar déjala caer e
inmediatamente se abrirá y crecerá sobre las
aguas un gran nogal en el que el grifo
descansará; si no pudiera descansar no sería lo
suficientemente fuerte para llevaros al otro lado
y si se te olvida dejar caer la nuez os arrojará al
mar.
Ella entonces fue y se lo encontró todo tal
como el viento nocturno había dicho, y cortó la
undécima caña y golpeó con ella al dragón e
inmediatamente el león le venció y ambos
recuperaron su cuerpo humano. Y cuando la
princesa, que antes era un dragón, se vio libre el
hombre la cogió en brazos, se montó en el
pájaro grifo y se la llevó de allí con él. Así que
la pobre, que había andado tanto, se quedó allí
abandonada de nuevo, pero dijo:
-Seguiré andando mientras el viento sople y
el gallo cante hasta que le encuentre.
Y siguió andando y recorrió largos, largos
caminos, hasta que finalmente llegó al palacio
en el que ambos vivían juntos; allí oyó que
pronto se iba a celebrar una fiesta en la que los
dos iban a casarse. Pero ella dijo:
-¡Dios me ayudará aún!
Y cogió la cajita que le había dado el sol y
dentro había un vestido tan reluciente como el
propio sol. Lo sacó y se lo puso, y subió al
palacio y todos se la quedaron mirando, hasta la
propia novia; y le gustó tanto el vestido que
pensó que podría ser su traje de novia y le
preguntó si no se lo podría vender.
-No lo vendo ni por dinero ni por bienes –
contestó-, pero sí por carne y por sangre.
La novia le preguntó qué quería decir con
eso y ella entonces contestó:
-Dejadme pasar una noche en la cámara
donde duerme el novio.
La novia no quería, pero al mismo tiempo
deseaba tener el vestido, así que finalmente
accedió, pero el ayuda de cámara tuvo que darle
de beber al príncipe un somnífero.
Cuando era ya de noche y el príncipe estaba
durmiendo la condujeron a la cámara y entonces
se sentó junto a la cama y dijo:
-Te he estado siguiendo siete años, he estado
con el sol, la luna y los vientos preguntando por
ti y te he ayudado a vencer al dragón, ¿es que
vas a olvidarte de mí por completo?
Pero el príncipe estaba tan profundamente
dormido que solamente le pareció como si el
viento zumbara fuera entre los abetos.
Cuando amaneció la volvieron a sacar de allí
y tuvo que entregar el vestido dorado; y como
eso tampoco le había servido de nada, se puso
muy triste, salió a un prado, se sentó y se echó a
llorar.
Y mientras estaba allí sentada se acordó del
huevo que le había dado la luna y lo cascó. ¡Oh!
¡De él salió una gallina clueca con doce pollitos
enteramente de oro que se pusieron a corretear a
su alrededor piando y luego se metieron de
nuevo bajo las alas de su madre, que no se
podía ver cosa más hermosa en el mundo entero!
Ella entonces se puso de pie y los hizo
corretear por el prado delante de ella hasta que
la novia miró por la ventana y al ver a los
animalitos le gustaron tanto que bajó
inmediatamente y le preguntó si no se los podría
vender.
-No los vendo ni por dinero ni por bienes,
pero sí por carne y por sangre. Dejadme dormir
otra noche en la cámara donde duerme el novio.
La novia dijo que sí y quiso engañarla como
la noche anterior, pero cuando el príncipe se fue
a la cama le preguntó a su ayuda de cámara qué
habían sido los murmullos y los susurros de la
noche anterior.
Entonces el ayuda de cámara se lo contó
todo: que le había tenido que dar de beber un
somnífero porque una pobre muchacha había
dormido en secreto en la cámara y que esa
noche le tenía que dar a beber otro. El príncipe
dijo:
-Vierte la bebida al lado de la cama.
Y por la noche la llevaron otra vez dentro y
cuando empezó a contar de nuevo su aciago
destino él reconoció enseguida por su voz que
era su querida esposa, y saltó de la cama y dijo:
-Ahora sí que estoy salvado de verdad.
Estaba como en un sueño, pues la princesa
extranjera me había hechizado para que te
olvidara, pero Dios me ha ayudado en el
momento oportuno.
Entonces los dos salieron a escondidas del
palacio en mitad de la noche, pues temían al
padre de la princesa, que era un mago.
Y se montaron en el pájaro grifo y éste los
llevó sobre el mar Rojo, y cuando estaban en
medio de él ella dejó caer la nuez.
Inmediatamente creció un gran nogal y el pájaro
descansó en él, y luego los llevó hasta su casa,
donde encontraron a su hijo, que se había hecho
grande y hermoso, y a partir de entonces
vivieron felices hasta el fin de sus días.

Juan Mi Erizo

Érase una vez un rico campesino que no tenía
ningún hijo con su mujer. A menudo cuando
iba con los demás campesinos a la ciudad éstos
se burlaban de él y le preguntaban por qué no
tenía hijos. Una vez se puso muy furioso y
cuando llegó a su casa dijo:
-¡Yo quiero tener un hijo! ¡Aunque sea un
erizo! Su mujer entonces tuvo un hijo que era
de mitad para arriba un erizo y de mitad para
abajo un niño, y cuando vio a su hijo se asustó
mucho y dijo:
-¿Lo ves? ¡Nos has echado encima una
maldición! Entonces dijo el marido:
-Ya no sirve de nada lamentarse, tenemos
que bautizar al niño, pero no podemos darle
ningún padrino. La mujer dijo:
-Y tampoco podemos bautizarlo más que con
el nombre de Juan-mi-erizo.
Cuando estuvo bautizado dijo el cura:
-A éste con sus púas no se le puede poner en
una cama como es debido.
Así que le prepararon un poco de paja detrás
de la estufa y acostaron allí a Juan-mi-erizo.
Tampoco podía alimentarse del pecho de la
madre, pues la hubiera pinchado con sus púas.
Así, se pasó ocho años tumbado detrás de la
estufa, y su padre estaba ya harto de él y deseando
que se muriera; pero no se moría, y allí
seguía acostado. Ocurrió entonces que en la
ciudad había mercado y el campesino quiso ir.
Entonces le preguntó a su mujer qué quería que
le trajera.
-Un poco de carne y un par de panecillos que
hacen falta en casa-dijo ella.
Después le preguntó a la criada y ésta le
pidió un par de zapatillas y unas medias de
rombos. Finalmente dijo también:
-¿Y tú qué quieres, Juan-mi-erizo?
-Padrecito -dijo-, tráeme una gaita, anda.
Cuando el campesino volvió a casa le dio a su
mujer lo que le había traído: la carne y los
panecillos; luego le dio a la criada las zapatillas
y las medias de rombos, y finalmente se fue
detrás de la estufa y le dio a Juan-mi-erizo la
gaita.
Y cuando Juan-mi-erizo la tuvo dijo:
-Padrecito, anda, ve a la herrería y encarga
que le pongan herraduras a mi gallo, que
entonces me marcharé cabalgando en él y no
volveré jamás.
El padre entonces se puso muy contento
porque iba a librarse de él e hizo que herraran al
gallo, y cuando estuvo listo Juan-mi-erizo se
montó en él y se marchó, levándose también
cerdos y asnos, pues quería apacentarlos en el
bosque. Una vez en él, sin embargo, el gallo
tuvo que volar con él hasta un alto árbol, y allí
se quedó, cuidando de los asnos y los cerdos, y
allí estuvo muchos años, hasta que el rebaño se
hizo grandísimo, y su padre no supo nada de él.
Y mientras estaba en el árbol tocaba su gaita y
hacía una música muy hermosa. Una vez pasó
por allí un rey que se había perdido y oyó la
música; entonces se quedó muy asombrado y
envió a un criado a que mirara de dónde
procedía la música. Este miró por todas partes,
pero lo único que vio fue, arriba en el árbol, un
pequeño animal que parecía un gallo con un
erizo encima y que era el que tocaba la música.
Entonces el rey le dijo al criado que le
preguntara por qué estaba allí y si no sabría cuál
era el camino para volver a su reino.
Juan-mi-erizo se bajó entonces del árbol y le
dijo que le enseñaría el camino si el rey le
prometía por escrito que le daría lo primero con
lo que se encontrara en la corte real cuando
llegara a casa. El rey pensó: «Eso puedes
hacerlo tranquilamente, pues Juan-mi-erizo no
entiende y puedes escribir lo que tú quieras.» El
rey entonces cogió pluma y tinta y escribió
cualquier cosa, y una vez hecho esto Juan-mierizo
le enseñó el camino y llegó felizmente a
casa. Pero a su hija, que le vio llegar desde
lejos, le entró tanta alegría que salió corriendo a
su encuentro y le besó.
Él se acordó de Juan-mi-erizo y le contó lo
que le había sucedido y que le había tenido que
prometer por escrito a un extraño animal que
iba montado en un gallo y tocaba una bella
música que le daría lo primero que se
encontrara al llegar a casa, pero que como Juanmi-
erizo no sabía leer, lo que había escrito
realmente era que no se lo daría. La princesa se
alegró mucho y dijo que eso estaba muy bien,
pues jamás se hubiera ido con él.
Juan-mi-erizo, por su parte, siguió
apacentando los asnos y los cerdos y siempre
estaba alegre subido al árbol y tocando su gaita.
Y sucedió entonces que pasó por allí con sus
criados y sus alfiles otro rey que se había perdido
y no sabía volver a casa porque el bosque
era muy grande. Entonces oyó también a lo
lejos la bella música y le preguntó a su alfil qué
sería aquello, que fuera a mirar de dónde
procedía.
El alfil llegó debajo del árbol y vio arriba del
todo al gallo con Juan-mi-erizo encima. El alfil
le preguntó qué era lo que hacía allí arriba.
-Estoy apacentando mis asnos y mis cerdos.
¿Qué se os ofrece?
El alfil dijo que se habían perdido y no
podrían regresar a su reino si él no les enseñaba
el camino. Entonces Juan-mi-erizo se bajó con
su gallo del árbol y le dijo al viejo rey que le
enseñaría el camino si le daba lo primero que se
encontrara en su casa delante del palacio real.
El rey dijo que sí y le confirmó por escrito a
Juan-mi-erizo que se lo daría. Una vez hecho
esto Juan-mi-erizo se puso al frente montado en
el gallo y le enseñó el camino, y el rey regresó
felizmente a su reino. Cuando llegó a la corte
hubo una gran alegría. Y el rey tenía una única
hija que era muy bella y salió a su encuentro, se
le abrazó al cuello y le besó y se alegró mucho
de que su viejo padre hubiera vuelto. Le
preguntó también que dónde había estado por el
mundo tanto tiempo y él entonces le contó que
se había perdido y a punto había estado de no
volver jamás, pero que cuando pasaba por un
gran bosque un ser medio erizo, medio hombre
que estaba montado en un gallo subido a un alto
árbol y tocaba una bella música le había
ayudado y le había enseñado el camino, y que él
a cambio le había prometido que le daría lo
primero que se encontrara en la corte real, y que
lo primero había sido ella y lo sentía muchísimo.
Ella, sin embargo, le prometió entonces que,
por amor a su viejo padre, se iría con él si iba
por allí. Juan-mi-erizo, sin embargo, siguió
cuidando sus cerdos, y los cerdos tuvieron más
cerdos y éstos tuvieron otros y así
sucesivamente, hasta que al final eran ya tantos
que llenaban el bosque entero.
Entonces Juan-mi-erizo hizo que le dijeran a
su padre que vaciaran y limpiaran todos los
establos del pueblo, que iba a ir con una piara
de cerdos tan grande que todo el que supiera
hacer matanza tendría que ponerse a hacerla.
Cuando su padre lo oyó se quedó muy
afligido, pues pensaba que Juan-mi-erizo se
habría muerto ya hacía mucho tiempo. Pero
Juan-mi-erizo se montó en su gallo, condujo los
cerdos hasta el pueblo y los hizo matar. ¡Uf,
menuda carnicería! ¡Se podía oír hasta a dos
horas de camino de distancia! Después dijo
Juan-mi-erizo:
-Padrecito, haz que hierren de nuevo a mi
gallo en la herrería y entonces me marcharé de
aquí y no volveré en toda mi vida.
El padre entonces hizo que herraran al gallo
y se alegró mucho de que Juan-mi-erizo no
quisiera volver. Juan-mi-erizo se fue
cabalgando al primer reino; allí el rey había
dado orden de que si llegaba uno montado en un
gallo y con una gaita, dispararan todos contra él
y le golpearan y le dieran cuchilladas para que
no llegara al palacio.
Cuando Juan-mi-erizo llegó se abalanzaron
sobre él con las bayonetas, pero él espoleó a su
gallo, pasó volando sobre la puerta del palacio y
se posó en la ventana del rey y le dijo que le
diera lo que le había prometido o de lo contrario
les quitaría la vida a él y a su hija.
El rey entonces le dijo a su hija con buenas
palabras que tenía que marcharse con él si
quería salvar su vida y la suya propia. Ella se
vistió de blanco, y su padre le dio un coche con
seis caballos y unos magníficos criados, dinero
y enseres. Ella se montó en el coche y Juan-mierizo
se sentó con su gallo a su lado; luego se
despidieron y se marcharon de allí, y el rey
pensó que no volvería a verlos.
Pero no sucedió lo que él pensaba, pues
cuando estaban ya a un trecho de camino de la
ciudad Juan-mi-erizo la desnudó y la pinchó
con su piel de erizo hasta que estuvo
completamente llena de sangre.
-Éste es el pago a vuestra falsedad. Vete, que
no te quiero -le dijo, y la echó de allí a su casa,
y ya estaba ultrajada para toda su vida.
Juan-mi-erizo, por su parte, siguió
cabalgando en su gallo con su gaita hacia el
segundo reino, a cuyo rey le había enseñado
también el camino. Éste, sin embargo, había
dispuesto que si llegaba alguien como Juan-mi–
erizo le presentaran armas y le dejaran franco el
paso, lanzaran vivas y le llevaran al palacio real.
Cuando la princesa le vio se asustó, pues
realmente tenía un aspecto extrañísimo, pero
pensó que no quedaba más remedio, pues se lo
había prometido a su padre. El rey entonces le
dio la bienvenida a Juan-mi-erizo y éste tuvo
que acompañarle a la mesa real, y ella se sentó a
su lado, y comieron y bebieron. Cuando se hizo
de noche y se iban a ir a dormir a ella le dieron
mucho miedo sus púas, pero él le dijo que no
temiera, que no sufriría ningún daño, y al viejo
rey le dijo que apostara cuatro hombres en la
puerta de la alcoba y que encendieran un gran
fuego, y que cuando él entrara en la alcoba y
fuera a acostarse en la cama se desprendería de
su piel de erizo y la dejaría a los pies de la
cama; entonces los hombres tendrían que acudir
rápidamente y echarla al fuego y quedarse allí
hasta que el fuego la hubiera consumido.
Cuando la campana dio las once entró en la
alcoba y se quitó la piel de erizo y la dejó a los
pies de la cama; entonces entraron los hombres
y la cogieron rápidamente y la echaron al fuego,
y cuando el fuego la consumió él quedó
salvado, echado allí en la cama como una
persona normal y corriente, aunque negro como
el carbón, igual que si se hubiera quemado. El
rey envió allí a su médico y le limpió con
buenas pomadas y le untó con bálsamo, y
entonces se volvió blanco y quedó convertido
en un joven y hermoso señor.
Cuando la princesa lo vio se alegró mucho, y
se levantaron muy contentos y comieron y
bebieron y se celebró la boda, y el viejo rey le
otorgó su reino a Juan-mi-erizo.
Cuando habían pasado ya unos cuantos años
se fue de viaje con su esposa a la casa de su
padre y le dijo que era su hijo; el padre, sin
embargo, le contestó que no tenía ninguno, que
solamente había tenido uno una vez, pero que
había nacido con púas como un erizo y se había
marchado por esos mundos. Él entonces se dio a
conocer y el anciano padre se alegró mucho y se
fue con él a su reino.