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El Gallo y la Perla

Un día cierto Gallo, escarbando el suelo,
encontró una perla, y se la dio al primer lapidario
que halló a mano. “Fina me parece, le
dijo, al dársela; pero para mí vale más cualquier
grano de mijo o avena.”
Un ignorantón heredó un manuscrito, y lo
llevó en el acto a la librería vecina. “Paréceme
cosa de mérito, le dijo al librero; pero,
para mí, vale más cualquier florín o ducado.”

El Niño y el Maestro de la Escuela

En esta fabulita quiero haceros ver cuán
intempestivas son a veces las reconvenciones
de los necios.

Un Muchacho cayó al agua, jugando a la
orilla del Sena. Quiso Dios que creciese allí un
sauce, cuyas ramas fueron su salvación. Asido
estaba a ellas, cuando pasó un Maestro de
escuela. Gritole el Niño: “¡Socorro, que muero!”
El Dómine, oyendo aquellos gritos, volvióse
hacia él, muy grave y tieso, y de esta
manera le adoctrinó: “¿Habráse visto pillete
como él? Conteplad en qué apuro le ha puesto
su atolondramiento. ¡Encargaos después
de calaverillas como éste! ¡Cuán desgraciados
son los padres que tienen que cuidar de tan
malas pécoras! ¡Bien dignos son de lástima!”
y terminada la filípica, sacó al Muchacho a la
orilla.
Alcanza esta crítica a muchos que no se lo
figuran. No hay charlatán, censor, ni pedante,
a quien no siente bien el discursillo que he
puesto en labios del Dómine. Y de pedantes,
censores y charlatanes, es larga la familia.
Dios hizo muy fecunda esta raza. Venga o no
venga al caso, no piensan en otra cosa que
en lucir su oratoria. –Amigo mío, sácame del
apuro y guarda para después la reprimenda.

El Hombre y su Imagen (al SR. Duque De La Rochefocauld)

Un Hombre enamorado de sí mismo, y
sin rival en estos amores, se tenía por el más
gallardo y hermoso del mundo. Acusaba de
falsedad a todos los espejos, y vivía contentísimo
con su falaz ilusión. La Suerte, para
desengañarle, presentaba a sus ojos en todas
partes esos mudos consejeros de que se valen
las damas: espejos en las habitaciones,
espejos en las tiendas, espejos en las faltriqueras
de los petimetres, espejos hasta en el
cinturón de las señoras. ¿Que hace nuestro
Narciso? Se esconde en los lugares más ocultos,
no atreviéndose a sufrir la prueba de ver
su imagen en el cristal. Pero un canalizo que
llena el agua de una fuente, corre a sus pies
en aquel retirado paraje: se ve en él, se exalta
y cree divisar una quimérica imagen. Hace
cuanto puede para evitar su vista; pero era
tan bello aquel arroyo, que le daba pena dejarlo.
Comprenderéis a dónde voy a parar: a todos
me dirijo: esa ilusión de que hablo, es un
error que alimentamos complacidos. Nuestra
alma es el enamorado de sí mismo: los espejos,
que en todas partes encuentra, son las
ajenas necedades que retratan las propias; y
en cuanto al canal, cualquiera lo adivinará: es
el Libro de las Máximas.1

La Rana que quiso hincharse como un Buey

Vio cierta Rana a un Buey, y le pareció
bien su corpulencia. La pobre no era mayor
que un huevo de gallina, y quiso, envidiosa,
hincharse hasta igualar en tamaño al fornido
animal.
“Mirad, hermanas, decía a sus compañeras;
¿es bastante? ¿No soy aún tan grande
como él? –No.- ¿Y ahora?- Tampoco. -¡Ya lo
logré! -¡Aún estás muy lejos!”
Y el bichuelo infeliz hinchóse tanto, que
reventó.
Lleno está el mundo de gentes que no son
más avisadas. Cualquier ciudadano de la medianía
se da ínfulas de gran señor. No hay
principillo que no tenga embajadores. Ni encontraréis
marqués alguno que no lleve en
pos tropa de pajes.