El Pozo Mágico

Una tarde, que los padres aún no habían
vuelto de trabajar en el campo, se hallaba
Juanito en su bonita casa compuesta de dos
pisos, al cuidado de una anciana encargada
de atender a las faenas de la cocina, mientras
sus amos procuraban sacar de una ingrata
tierra lo preciso para el sustento de todo el
año.
La casa era el sólo bien que los dos labradores
habían logrado salvar después de varias
malas cosechas; era herencia de los padres
de ella y por nada en el mundo la hubieran
vendido o alquilado.
Juanito se hallaba en la sala, una habitación
grande, alta de techo, con dos ventanas
que daban al campo, amueblada con sillas de
Vitoria, un rústico sofá, una cómoda, con una
infinidad de baratijas encima, y dos mesas.
A una de las ventanas, que estaba abierta,
se acercó por la parte de fuera un hombre
mal encarado, vestido pobremente y con un
fuerte garrote en la mano. Hizo seña a Juanito
de que se acercara y le preguntó, cuando el
muchacho estuvo próximo, donde se encontraba
su padre.
-En el campo grande -contestó el niño.
-¿Y dónde es eso? -prosiguió el hombre.
-Por lo visto es V. forastero cuando no lo
sabe. Mire por donde yo señalo con la mano.
Ese sendero de ahí enfrente tuerce a la izquierda,
sale a una explanada, luego…
-No hay quien lo entienda -interrumpió el
hombre-; y el caso es que urge verlo para el
ajuste de los garbanzos y de la cebada. ¿No
podrías acompañarme?
-Mis padres me han prohibido salir de casa,
y si falto a su orden me castigarán.
-Más podrán castigarte si pierden la renta
por ti.
-¿Y qué he de hacer entonces?
-Acompañarme si quieres y si no dejarlo
que haré el trato con otro labrador.
-Es que -prosiguió el niño-, dicen que hay
dos secuestradores en el país y por eso mis
padres temen que salga.
-Yo te respondo de que yendo conmigo no
los encontrarás; además llevo un buen palo
para defenderte.
-¿Los ha visto V.?
-Sí, iban a caballo, camino del molino viejo.
-Entonces no hay temor porque tenemos
que ir al lado opuesto. Vamos.
Juanito salió guiando al hombre por la senda
que antes indicara.
La tarde era clara y serena, brillaba el sol
en un cielo sin nubes y el calor se dejaba sentir
con fuerza porque ni un árbol daba sombra
a aquel campo sembrado de trigo a derecha e
izquierda. Un estrecho sendero conducía al
lugar, aún muy distante, donde los padres del
niño se hallaban trabajando. Pero antes de
llegar a la explanada de que hablara Juanito,
el hombre lanzó un silbido extraño y un joven
se presentó casi enseguida llevando un caballo
de la brida. A una seña del que había obligado
al pequeño Juan a salir de su casa, el
joven montó y el niño se vio cogido por unos
robustos brazos y colocado sobre el caballo
también. Gritó pidiendo auxilio, pero al instante
un pañuelo fue puesto sobre su boca
para ahogar su voz y ya no hubo defensa posible
para la infeliz criatura.
El caballo iba a galope y Juanito veía al pasar
con vertiginosa rapidez, los carros cargados
de paja que volvían al pueblo, las yuntas
que, terminados los trabajos, iban a encerrar,
algunos labradores que se retiraban a sus
hogares; pero todo de lejos y sin que ningún
hombre fijase su atención en él.
A pesar de aquella carrera, el camino le
pareció muy largo; al fin el joven hizo parar al
caballo, bajó al niño y, sin soltarle, abrió una
puerta que conducía a un vasto terreno que
debió ser jardín en otro tiempo, le introdujo
allí, volvió a cerrar con llave; y le dejó solo sin
ocuparse al parecer más de él.
Juanito no pudo contener sus lágrimas al
ver las altas tapias que hacían de aquel paraje
una prisión imposible de dejar. Anduvo
después largo rato, hasta que rendido se paró
en un ángulo del terreno donde había un pozo
rodeado de jaramagos y florecillas silvestres.
Aquel sitio inculto tenía un misterioso encanto
para él.
Llegó la noche, y cansado, sintiendo hambre
y sed, se echó no lejos del pozo y al fin se
durmió.
A la mañana siguiente uno de los bandidos,
el primero que vio, fue a despertarle y le obligó
a firmar un papel para sus padres en el
que les decía que los secuestradores le matarían
si no les entregaba quinientos duros por
su rescate.
-Y es la verdad -añadió el hombre-, si no
pagan te tiraremos a ese pozo.
Los labradores en balde buscaron aquel dinero;
en tan breve plazo nadie quería comprarles
su casa ni dar nada a préstamo.
Juanito, que no había comido desde el día,
anterior, sentía indefinible malestar y a veces
le parecía que una nube velaba sus ojos.
Llegó la noche y los bandidos no parecieron.
E niño se acercó al pozo y ¡cosa rara!
creyó ver que en el fondo brillaba una luz.
-¿Estaré soñando? -se preguntó Juan.
Y siguió mirando, pero el pozo era muy
hondo y no se veía si tenía agua o estaba seco.
Poco después una voz, de mujer o de niño,
cantó dentro del pozo el siguiente romance
con una música dulce y un tanto monótona:
Había en una ciudad
un bello y juicioso niño
a quien unos malhechores
lograron tener cautivo.
Le llevaron engañado
a una casa con sigilo
donde había un gran terreno
que antes jardín hubo sido,
rodeado de altas tapias,
con arbustos ya marchitos,
árboles mustios o secos
y un pozo medio escondido
en un bosque de rastrojo,
de gran abandono indicio.
Pidieron por el muchacho
un rescate los bandidos,
mas siendo los padres pobres
y careciendo de amigos,
en balde fueron buscando
aquel oro apetecido
precio de la libertad
del idolatrado hijo.
Por vengarse, los ladrones
presto hubieron decidido
arrojar en aquel pozo
al pobre muchacho vivo,
y sin escuchar sus ruegos,
aquellos hombres indignos,
levantándole en sus brazos
le lanzaron al abismo.
Antes de llegar al fondo
los ángeles, también niños,
quizá hermanos por el alma
del prisionero afligido,
trocaron las duras piedras
por un césped duro y fino
y bellas flores silvestres
de nombres desconocidos
que en algún jardín del cielo
acaso hubieron cogido,
y entonces el secuestrado,
sin esperar tal prodigio,
halló al caer aquel lecho
donde se quedó dormido…
La voz se fue extinguiendo poco a poco, y
Juanito no oyó las últimas palabras del romance.
Pero aquel canto le había llenado de
esperanza; sabía que si le arrojaban al pozo
no tendría nada que temer. Miró hacia el fondo
y observó que la luz, que poco antes viera
brillar, había desaparecido.
Se echó sobre la hierba y esperó con relativa
tranquilidad la vuelta de los malvados
secuestradores. Estos llegaron a las doce de
la noche: muy disgustados por que los padres
de Juanito no habían depositado el dinero en
el sitio indicado, pues los infelices no habían
encontrado ni la vigésima parte de lo pedido.
-Le arrojaremos al pozo mágico -dijo el
más joven señalando al niño-. Esos rústicos
no habrán dejado de dar aviso de lo que ocurre
a la guardia civil y, para probar que no
somos nosotros los secuestradores, tenemos
que desembarazarnos del chico. ¿Cómo creerían
que no éramos culpables si hallaban al
muchacho con nosotros?
-Y ¿no le buscarán en el pozo? Y a propósito
de este, ¿por qué le llamas mágico? –
preguntó el otro bandido.
-Porque algunas veces se oyen en él gritos
y en el pueblo aseguran que está encantado.
-¿Y tú lo crees?
-Yo no, pero lo llamo así por costumbre
que tengo de oírlo.
Siguieron hablando y por último se acercaron
a Juanito y, sin atender a sus ruegos, le
arrojaron al pozo.
El pobre niño perdió el conocimiento antes
de llegar al fondo, así es que no supo si había
allí el lecho de flores hecho por los ángeles
sus hermanos.
Cuando volvió en sí se halló en un pequeño
cuarto acostado en una humilde cama. Un
hombre y una muchacha velaban junto a él.
El primero, sin hacerle pregunta alguna, le dio
algún alimento que reanimó sus fuerzas,
mientras la segunda le miraba con cariñosa
curiosidad.
Cuando el hombre salió, Juanito se atrevió
a preguntar a la niña dónde se encontraba.
-Mi padre me había prohibido hablarte para
que no te fatigaras -dijo ella-, pero ya que te
muestras curioso… ¿Has oído cantar en el
pozo mágico?
-Sí; ¿quién cantaba?
-¿Eso qué importa? Todo lo que decía el
romance se ha realizado. En el fondo del pozo
no había agua ni duras piedras, has caído
sobre paja y heno. Luego mi padre te ha cogido
en sus brazos y te ha traído aquí para
avisar a tu familia a la que conoce y quiere
porque tu padre le salvó la vida cuando los
dos eran soldados. Desde el fondo del pozo se
oye todo lo que traman los secuestradores y
mi padre ha evitado por eso algunos crímenes.
La casa que ellos ocupan está en la parte
alta del camino y la nuestra en la más baja; el
pozo tiene una abertura que pone en comunicación
esta vivienda con la otra, obra que
hicieron unos contrabandistas en otro tiempo,
pero que los secuestradores ignoran. Hay un
camino subterráneo que llega a nuestro pequeño
jardín. Para que tu ilusión fuese más
completa, puse margaritas y amapolas en el
fondo del pozo, pero como te desmayaste no
lo has visto. Ya iremos allí otro día.
La llegada del padre de la muchacha puso
término a la conversación; pero como a la
mañana siguiente Juanito estuviese ya bueno,
tuvo deseos de ver el fondo del pozo con su
nueva amiga. Esta abrió una puerta que había
en un cobertizo que daba al jardín y ambos
penetraron en un subterráneo estrecho y
húmedo, llegando al fin al pozo donde Juanito
había caído. El niño cogió unas margaritas y
prometió que las guardaría siempre.
Sobre sus cabezas se oía un fuerte altercado;
era que iban a prender a los secuestradores.
Estos querían probar su inocencia negando
haber robado a Juan y, casi habían convencido
a sus perseguidores, cuando una voz
infantil dijo desde el fondo del pozo:
-Sí, son ellos los que me robaron, lo declaro
para que no hagan lo mismo con otros niños.
-¡El pozo mágico! -exclamó el más joven
de los secuestradores.
Aprovechando su estupor, los que iban en
su busca se apoderaron de él. El otro se defendió
a tiros; una de las balas hirió mortalmente
a su compañero y él cayó al suelo
también muerto por uno de sus contrarios.
Aquella misma tarde, Juanito fue devuelto
sus padres que no podían creer fuese cierta la
ventura de volver a verle, pues ya imaginaban
que hubiese sido asesinado.
¡Con cuánta efusión se abrazaron luego los
dos antiguos soldados! El padre de Juanito al
saber que su amigo y su hija eran muy pobres,
se los llevó a su casa donde compartieron
con la familia los trabajos del campo,
abandonando aquellos su humilde vivienda.
La comunicación con el pozo fue tapiada y el
terreno donde se ocultaban los secuestradores
convertido en hermosa huerta.
Juanito sintió siempre el más vivo afecto
por la muchacha a la que hacía cantar muy a
menudo aquel romance que le oyó por primera
vez en el fondo del pozo mágico.