El fantasma del bosque

¿Por qué habían nacido tan iguales aquellos
dos muchachos? No eran de la misma familia
ni vivían en la misma clase social. El uno, Guillermo,
era hijo único del señor del castillo, y
el otro, Paulino, de un pobre soldado. Tenían
entonces unos diez añitos, igual estatura, más
bien alta que baja para su edad, el cabello
castaño, los ojos negros, grandes y expresivos,
la tez morena y algo pálida, los labios
gruesos y los dientes blancos y pequeños.
Decíase que la madre de Paulino tenía veneración
por la castellana, encontrándole una
notable semejanza con la Virgen que en un
cuadro antiguo trazara un hábil pintor y que
se veneraba en la vieja iglesia de aquel pueblo.
Y que así como Guillermo era el vivo retrato
de la castellana, Paulino se parecía al
niño Jesús que tenía la Virgen en sus brazos,
igual en el rostro a la santa imagen que tanto
había mirado su madre antes de darle a luz.
Si en la parte física se asemejaban los dos
niños, no ocurría lo mismo en la moral. Guillermo
era bueno, caritativo y amable; Paulino
adusto, retraído y envidioso.
La castellana daba a la mujer del soldado
las prendas poco usadas por su hijo y Paulino
vertía amargo llanto al ponerse aquellas ropas
de desecho. ¿Por qué no había de ser él hijo
de padres ricos y nobles como Guillermo y
tener caballo, coche y juguetes? ¿Había alguna
razón para que todos saludaran con cariño
y respeto a aquel muchacho de su edad y a él
no se dignaran mirarle siquiera? ¡Cuánto
odiaba a aquel ser afortunado, nacido el mismo
año que él, pero halagado por los dones
de la fortuna, mientras Paulino carecía hasta
de lo más necesario para vivir?
Tuvo un inmenso júbilo cuando supo que
Guillermo, por deseo de su padre, iba a ser
enviado a un colegio en el extranjero; así al
menos no le vería, no pasaría el disgusto de
saber que aquel niño tenía todas las ventajas
sobre él, porque estudiando también se distinguía
por su aplicación y su talento.
Un enemigo del dueño del castillo llamado
Antolín, hombre de malas costumbres y corazón
perverso, contribuía a excitará Paulino y
avivaba aquel odio que ni Guillermo ni sus
padres conocían. Él también envidiaba a aquel
opulento señor, al que debía varios favores.
Llegó el día de partir el niño al colegio y
Paulino, después de despedirse de él, volvió a
su casa más triste y preocupado que de costumbre.
No por haberse alejado Guillermo fue el
otro muchacho más feliz; oía hablar a cada
paso de sus brillantes estudios, de sus exámenes,
que habían causado la admiración de
cuantos los habían presenciado, de las simpatías
que despertaba. Al fin tuvo la inmensa
alegría de que los dueños del castillo se fuesen
a vivir a una ciudad próxima, mientras él
permanecía con sus padres en el pueblo. Poco
después, habiéndose declarado una guerra, el
soldado partió en defensa de su patria. La
pobre esposa, casi ciega de tanto coser y de
tanto llorar, pasaba una vida bien triste porque
Paulino, al que cada día disgustaba más
su modesta vivienda, no acompañaba sino
muy contadas veces a su madre.
– II –
Un día que el niño había salido de su casa
con objeto de coger nidos en el campo, prolongó
su paseo más de lo debido, llegando a
un sitio que no conocía. Cansado, se sentó en
un banco de piedra y así le sorprendió la noche.
Era aquel un paraje tan solitario que no
había visto a nadie cruzar por él durante el
tiempo que había permanecido allí. De repente
divisó algo blanco, más alto que una persona,
que se adelantaba hacia el banco. Era
un fantasma gigantesco, sin cara, sin brazos y
sin pies, una enorme sombra blanca que a
Paulino le pareció que debía de haberse desprendido
de los peñascales. Aunque era valiente,
aquello le causó cierto espanto, el temor,
que produce siempre lo desconocido.
Ya había él oído hablar en el pueblo de
aquella extraña aparición, pero había tenido la
suerte de no encontrarla nunca. Era el terror
de los pacíficos habitantes por sus continuas
exigencias; si no le daban dinero, maltrataba
a los infelices que pasaban por el campo después
de vender los productos de sus huertas
en la villa cercana. Calumniaba a las mujeres,
insultaba a los hombres, pegaba a los niños, y
nadie se atrevía a hacerle frente creyéndole la
mayor parte de los aldeanos el alma de un
bandido famoso que hubo allí en otro tiempo
y que no quería recibir ni el mismo Satanás
en su reino.
Sin poder huir, Paulino se detuvo, esperando
que el fantasma le hablase.
-¿Quieres ser rico? le preguntó, ¿quieres
ser feliz? ¿quieres ocupar el lugar de Guillermo?
El niño no se atrevió a contestar.
-De tu respuesta afirmativa o negativa depende
tu porvenir. ¿Quieres?
-Sí, murmuró al fin el muchacho.
-Pues ve a casa de Antolín y allí te explicarán
lo que has de hacer.
Paulino se alejó rápidamente, en tanto que
el fantasma se internaba en el bosque.
Cuando el niño llegó a la casa de Antolín,
halló a la mujer de éste, a la que llamaban en
el pueblo la bruja, sentada delante de la puerta.
Al ver a Paulino, le habló con cariño y le
hizo entrar en su casa.
-¿Dónde está tu marido? preguntó él.
-Ha ido hoy de caza y hasta las once no
volverá, respondió ella; pero entra, que yo te
recibiré como Antolín.
-Tú podrás explicarme…
-Todo lo que quieras.
Hizo sentar al muchacho y le habló así:
-El padre de Guillermo envió el cochero al
pueblo de H… para que recogiese a su hijo
que volvía de su colegio a pasar las vacaciones
en la ciudad donde su familia habita. El
padre no pudo ir a buscar al niño ni tampoco
su madre, que está enferma. El cochero era
de toda confianza y hasta el citado pueblo fue
Guillermo desde el colegio con uno de los profesores,
que regresó en seguida a su país.
Pero he aquí que, sin saberse por qué causa,
el caballo se asustó y salió desbocado, tiró al
cochero del pescante y por último volcó el
carruaje. El cochero, temeroso de que le
achacasen la responsabilidad de lo ocurrido,
huyó, y el niño, mal herido, fue recogido por
nosotros. Tú eres pobre y desgraciado y tienes
ambición. Si quieres ser rico y feliz ponte
la ropa de Guillermo, hazte pasar por él, y
éste, vivo o muerto, ocupará tu lugar.
La tentación era muy grande para que Paulino
resistiera a ella.
Vio a Guillermo que estaba acostado en
una pobre cama, pálido, perdido el conocimiento,
y creyó que le quedaban pocas horas
de vida. Puesto que el niño iba a morir ¿qué
perjuicio podía causarle aquella sustitución?
Antolín, que llegó a su casa poco después,
acabó de convencerle. Paulino se despojó de
su humilde ropa y se puso la de Guillermo,
que parecía hecha para él. La bruja le peinó
como el otro niño y el parecido aun fue más
notable.
-En pago de este servicio, le dijo Antolín,
me darás todo el dinero que puedas; si dejas
de hacerlo descubriré la verdad y te volverás
a tu casa, después de recibir un castigo.
Paulino prometió pagar aquel favor y al día
siguiente partió para la ciudad en compañía
de Antolín. Nadie supo por entonces lo que
había sido del cochero.
La madre de Paulino fue avisada por la
bruja de que su hijo se había caído de un árbol;
vistieron a Guillermo con la ropa del otro
niño y la pobre ciega pudo engañarse al pronto
creyendo que aquel muchacho herido y
atacado de violenta calentura era realmente
su hijo.
– III –
Cuando Antolín volvió, ya tenía todo el dinero
que los señores habían dado a su supuesto
hijo para que lo gastara en limosnas y
diversiones.
-Esto va a ser una mina inagotable, dijo el
hombre, así podremos vivir sin trabajar, comiendo
bien y bebiendo mejor.
El papel que quería representar Paulino era
más difícil de lo que pensó.
El señor del castillo observó bien pronto
que el que creía Guillermo había atrasado en
sus estudios y le obligaba a estar todo el día
con el libro en la mano.
Era un hombre despótico, un verdadero tirano
en la casa, lo que Paulino ignoraba, porque
Guillermo no se había lamentado nunca
de esto con él. Ya no tenía el niño aquella
hermosa libertad de que disfrutaba cuando
era pobre, ya no salía solo por el campo, ni
podía hablar con ningún amigo, ni hacer su
gusto jamás.
Él creía antes que en las casas de los ricos
todo era felicidad y se convencía de que ésta
no se compra con dinero. A esto hay que
añadir lo que le costaba representar su papel
cuando le hablaban de cosas completamente
ignoradas y a las que no tenía más remedio
que contestar.
-Eres más torpe cada día, le decía el padre
de Guillermo; estoy deseando que vuelvas al
colegio.
Y al terminar las vacaciones allá le llevaron.
Se vio entre rígidos maestros, entre compañeros
de clase elevada que le trataban con
insultante altivez, pues, aunque le creían de
ilustre familia, se juzgaban superiores a él por
la educación. Y si triste había sido su vida en
la ciudad donde moraban los padres de Guillermo
aun lo era más en aquel colegio cuyos
profesores y condiscípulos eran extranjeros
en su mayor parte.
De pronto, y sin que supiera por qué, dejó
de recibir las cartas que todas las semanas le
enviaban los señores del castillo creyéndole
su hijo. El director del colegio sí tenía noticias
de ellos porque le pagaban mensualmente.
Llegaron las vacaciones y nadie le fue a buscar.
Pasó el verano casi solo y muy aburrido.
– IV –
Una noche tuvo un sueño que le causó profunda
impresión.
Se hallaba con su madre en su pobre casita
esperando a su padre; aquélla le acariciaba
como en otros tiempos y él era feliz pensando
en que si le faltaban riquezas le sobraba cariño.
Después llegó el soldado cubierto de laureles
y mientras les refería sus hazañas miraba
a su hijo con ternura y luego le entregaba
un reloj de oro, un bastón y otros objetos.
Pero de repente aparecía el fantasma y arrancaba
al niño de los brazos de sus padres para
arrojarle a un precipicio.
Se despertó sobresaltado y entonces pensó
en lo mucho que sus verdaderos padres le
amaban, en las privaciones que por él se
habían impuesto, arrepintiéndose sinceramente
de sus faltas.
Pero ¿cómo remediar éstas? Le pareció lo
mejor confesar su culpa y así lo hizo en una
sentida carta dirigida a los padres de Guillermo.
Quince días después enviaron en su busca
a un criado con el que partió para su pueblo.
¡Con que placer volvió a ver éste!
¡Sus altas montañas, sus hermosos bosques,
sus arroyos de agua cristalina, sus poéticas
casitas y el soberbio castillo del que
había querido ser amo!
Se dirigió ante todo a su antigua morada,
donde le esperaba su madre ya restablecida
de su dolencia, y su padre que había ganado
grados y cruces en el campo de batalla. Ambos
le concedieron pronto su perdón.
Allí supo que poco después de partir al colegio
habían averiguado los señores del castillo
el accidente ocurrido a su hijo por la llegada
del cochero, que había estado enfermo de
gravedad, que Guillermo también les había
escrito y que no dudaron que era Paulino el
que habían enviado al colegio y su hijo el que
estaba en el pueblo con la mujer del soldado.
Después supieron la intervención de Antolín
en el asunto, disfrazado de fantasma para
engañar mejor al niño, y por esto y por otros
delitos habían sido presos su mujer y él.
Decidieron dejar a Paulino en el colegio,
hasta que se arrepintiera de su falta, sin darle
parte de lo ocurrido. Guillermo perdonó de
todo corazón al que siempre quiso como a un
amigo.
Desde entonces Paulino fue feliz en su casa,
en la que ya no se vivía con la estrechez
de antes a causa del ascenso del soldado a
oficial, y comprendió que la dicha no consiste
en vivir en la opulencia, sino en el cariño puro
y desinteresado, en la paz de la familia, en la
conformidad con la suerte, y que lo mismo
puede albergarse en la casa del rico que en el
humilde hogar del pobre.