El Niño y el Maestro de la Escuela

En esta fabulita quiero haceros ver cuán
intempestivas son a veces las reconvenciones
de los necios.

Un Muchacho cayó al agua, jugando a la
orilla del Sena. Quiso Dios que creciese allí un
sauce, cuyas ramas fueron su salvación. Asido
estaba a ellas, cuando pasó un Maestro de
escuela. Gritole el Niño: “¡Socorro, que muero!”
El Dómine, oyendo aquellos gritos, volvióse
hacia él, muy grave y tieso, y de esta
manera le adoctrinó: “¿Habráse visto pillete
como él? Conteplad en qué apuro le ha puesto
su atolondramiento. ¡Encargaos después
de calaverillas como éste! ¡Cuán desgraciados
son los padres que tienen que cuidar de tan
malas pécoras! ¡Bien dignos son de lástima!”
y terminada la filípica, sacó al Muchacho a la
orilla.
Alcanza esta crítica a muchos que no se lo
figuran. No hay charlatán, censor, ni pedante,
a quien no siente bien el discursillo que he
puesto en labios del Dómine. Y de pedantes,
censores y charlatanes, es larga la familia.
Dios hizo muy fecunda esta raza. Venga o no
venga al caso, no piensan en otra cosa que
en lucir su oratoria. –Amigo mío, sácame del
apuro y guarda para después la reprimenda.